La estructura del sueño en la creación literaria del Siglo de Oro

El sueño supuso para Cicerón el perfecto nexo de unión entre lo real y lo imposible, permitiéndole traer de entre los muertos sabios personajes que conversasen con su Escipión, de manera que éste aprendiera importantes lecciones. Así, su propio abuelo le comunicaba que la vida era “el camino hacia el cielo”.

Cicerón descubriendo la tumba de Arquímedes

Escipión representaba la perfecta dualidad entre la virtud y el vicio, para los renacentistas en un equilibrio perfecto; para los barrocos, por el contrario, en eterna pugna. Es por ello que el personaje poseía las características necesarias para ser referido en ambas corrientes artísticas, y la manera en que Cicerón lo presentaba resultó ciertamente atractiva para los autores del Siglo de Oro, cuyas obras, sin importar el estilo utilizado, mostraban personajes que se embarcaban en un viaje de carácter didáctico a través de escenarios oníricos, y gracias al cual se encontraban más cerca de Dios, de la perfección, del amor, de la sabiduría…

El sueño de Escipión

Encontramos, pues, una estructura similar en obras como El sueño de Polífilo o La vida es sueño, en las que el catalizador de la ascensión del protagonista es el amor; e incluso  en sátiras como el Crotalón, o los Sueños de Quevedo.

También en la novela de Cervantes (Los trabajos de Persiles y Sigismunda) hay cierta influencia; así como en la poesía de Góngora (soneto “A un sueño”).

Los trabajos de Persiles y Sigismunda

 

A un sueño

Varia imaginación que, en mil intentos,

A pesar gastas de tu triste dueño

La dulce munición del blando sueño,

Alimentando vanos pensamientos,

Pues traes los espíritus atentos

Sólo a representarme el grave ceño

Del rostro dulcemente zahareño

(Gloriosa suspensión de mis tormentos),

El sueño (autor de representaciones),

En su teatro, sobre el viento armado,

Sombras suele vestir de bulto bello.

Síguele; mostraráte el rostro amado,

Y engañarán un rato tus pasiones

Dos bienes, que serán dormir y vello.

                                      Luis de Góngora.

Influencias y repercusión literaria del «Coloquio de los perros», de Cervantes.

En la noche, un marco que invita a la reflexión y protege de posibles interrupciones, tiene lugar esta conversación en la que ambos interlocutores se expresan con la libertad propia de una charla entre camaradas (Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital …  y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos). En la obra de Luciano, el gallo de Micilo apremia al zapatero para evitar que amanezca antes de que hayan podido disfrutar de su conversación en este medio tan apropiado para ella (Que si no fuera por sernos ya el día tan cercano para te lo contar muy por estenso, lo cual no me da lugar).

Luciano de Samosata.

El caso de Berganza y Cipión difiere en cuanto a que ellos no se detienen en analizar por qué han adquirido súbitamente la capacidad de hablar, que el gallo atribuye en su historia al sistema de reencarnación expuesto por Pitágoras. Sin embargo remarcan que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón; conclusión a la que nunca habrían llegado de no haber sido usuarios de esa razón que distingue al hombre de los animales (la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional).

Después de establecer esta similitud entre el ser humano y los interlocutores caninos, que siempre gozaron de raciocinio, estos citan las virtudes propias de sus congéneres (mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento) que les han convertido en símbolo de la amistad; una consideración que justifican con los ilustres actos de empatía llevados a cabo por algunos (ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida) que han repercutido en la cultura del hombre: en las sepulturas… ponen entre los dos… una figura de perro, en señal que se guardaron en la vida amistad y fidelidad inviolable. Por todo ello, hay quienes han querido atribuirles la capacidad cognitiva que, como se muestra en su diálogo, tenían.

Esta cercanía entre perros y hombres explica por qué los primeros no se entretienen en conversar sobre asuntos caninos y prefieren los humanos, relativos a sus amigos de quienes es propia la facultad de hablar, recién adquirida y que tanto aprecian (me causa nueva admiración y nueva maravilla).

Cipión y Berganza.

Se justifica de este modo el valor de los perros como instrumento para propiciar la distancia suficiente entre el lector y el texto que le permitirá, según los criterios que el propio Cervantes facilita a través de los personajes, juzgar la obra en sus aspectos ficticio y técnico: junto al deleite que produce la lectura amena de un relato fantástico, el lector asiste a una crítica social y humana de la época.

El uso de este tipo de personajes con el mismo objetivo tiene numerosos antecedentes en la historia de la literatura: en Las Metamorfosis de Apuleyo el aristócrata Lucio, obsesionado con la magia, se transforma accidentalmente en burro. Esto le permite comprender la deplorable situación de las clases más bajas de su sociedad, tratadas por los terratenientes como la bestia de carga que es él hasta que Isis le restituye. También el poeta romano Ovidio escribió unas Metamorfosis en las que narró las formas que adoptaban los personajes de la mitología clásica para conseguir sus fines.

Lucio en «El asno de oro» o «Las metamorfosis» de Apuleyo.

Luciano de Samosata, contemporáneo de Apuleyo y autor de El Gallo (texto al que se recurre en El Crotalón y Diálogo de las transformaciones) utilizó en obras de diversa índole (filosóficas, fantásticas, alegóricas, naturalistas…) personajes imaginarios, históricos y mitológicos que tenían cabida gracias al ámbito de los sueños. La influencia de la sátira lucianesca y menipea alcanza textos de Cervantes (como el que nos ocupa), de Quevedo (Sueños) e incluso la segunda parte del Lazarillo, en la cual el barco de Lázaro con destino a Argel naufraga y éste se convierte en atún, descendiendo a las profundidades, donde se desarrollará una crítica a la vida cortesana y militar.

Cipión y Berganza, el personaje plano y el redondo.

«El coloquio de los perros», de Miguel de Cervantes.

Cipión es un nuevo desdoblamiento del personaje que utiliza Cervantes como narrador para dinamizar la historia, orientando cuando es necesario; pero no relata su vida como sugiere hacer a su amigo más adelante. Al no desarrollarse en ningún aspecto, manteniéndose constante a lo largo de la historia, nos encontramos ante un personaje plano.

 

Por el contrario, Berganza narra toda su vida, contando sus peripecias con numerosos amos: unos marginales, otros integrados en la sociedad; de los que aprende la maldad de la que es capaz el hombre, su hipocresía y mezquindad (un ejemplo claro es Cañizares, quien se muestra como devota públicamente pero practica la brujería en el ámbito privado). Los seis primeros le sirven especialmente para desarrollar su opinión sobre el ser humano, que constata con los siguientes. Finalmente, la dura crítica social que relata Cervantes a través de Berganza parece indicar que la mejor opción es el retiro: el distanciamiento y cese de cualquier intento de integración en una sociedad dominada por tal corrupción que un perro es más virtuoso que la mayoría de sus integrantes humanos (solo Mahudes, de todos sus amos, escapa a este criterio).

 

Este progreso convierte a Berganza en un personaje redondo, que además comparte similitudes con los protagonistas de la novela picaresca. Difiere de los precedentes en este género el modo en que se relata su historia: no se trata de una narración en primera persona en la que solo tenga cabida la opinión del protagonista; sino de un diálogo en el cual su interlocutor interviene ocasionalmente. Tampoco hallamos presente el conflicto entre el honor y el deshonor del protagonista, ni está vinculado a un estrato social determinado.

La importancia de El Cortesano y Los Diálogos de amor para el Siglo de Oro

A través del diálogo entre Filón (Amor) y Sofía (Sabiduría), León Hebreo expone en los Dialogos de amor que, tal como afirma la Academia de Ficino, todo participa de éste, y su verdadera finalidad no es otra que el continuo acercamiento a Dios (“volver al principio por la gradual perfección”). Para ello, el hombre se vale de ciertas virtudes, de las cuales la fortaleza, cualidad a su vez de los estoicos, será esencial en los personajes más importantes del Siglo de Oro (Segismundo ha de vencerse a sí mismo en La vida es sueño).

Hablan de cómo “el amante vive en cuerpo de otro” (alusión a Eurípides cuya influencia llegaría a extenderse desde Quevedo hasta la generación del 27), de la composición del universo y la caracterización del hombre como un microcosmos (tema de gran interés para los autores de la época, encontrando varios ejemplos en Calderón), la naturaleza de los eclipses (de uso común sobre todo en el teatro barroco), las virtudes y defectos de los hombres, y cómo Dios está en cada uno de los temas tratados. Abordan la mitología como una alegoría didáctica, y para finalizar repasan la idea de Platón sobre cómo se produce el enamoramiento.

En El cortesano asistimos a las conversaciones que tienen lugar a lo largo de cuatro noches consecutivas en la corte de Arentino. En ellas intervienen varios personajes que discuten sobre qué debe aprender, cómo debe comportarse y relacionarse un cortesano y cómo lo ha de hacer una perfecta dama de palacio , asistiendo al final a una disertación sobre el amor platónico por parte de Pietro Bembo.

Pietro Bembo

Aunque es relevante la defensa de la pintura, arte emblema del Barroco, y más concretamente la anécdota de Alejandro, Apeles y la muchacha (sería repetida por otros autores, situando algunos al pintor como el protagonista de la historia), lo más destacable es el concepto que se tiene de la mujer y del amor en sí, al que se dota de un humanismo contrario al de los Dialogos de amor, en que se tenderá a la idealización. Así, estos dos libros constituyen la referencia de las dos corrientes de tratadística amorosa en el Siglo de Oro, cada una con su estilo y temática propia.

El barroco como arte de contrarios. Justificación por la ideología y la estética.

Si bien no es concebible para el ser humano pensar y no sentir, el siglo XVII trajo consigo una revolución intelectual que asentaría las bases de la ciencia moderna, de la mano de Descartes, Galileo, Bacon y Newton. Sus ideas descentralizaban al hombre, y lo presentaban como mero elemento más de un cosmos que, regido por leyes matemáticas, se movía y cambiaba constantemente. El hombre, como consecuencia, se sentía inseguro, característica que se traducía en una introspección social, religiosa y artística.

Dentro de una sociedad en la que no podía confiar, el “cortesano” renacentista no tenía cabida, dando paso al “discreto”, un personaje que se debatía entre la espiritualidad y lo carnal en el ámbito privado y público durante una vida fugaz, a lo largo de la cual pretendía conservar el honor en su afán de triunfar (gracias a su discreción). El oído pasaba a ser el sentido en el que confiar, y la pintura el arte emblemática del momento (gran simbolismo en la luz y oscuridad).

Las pugnas entre reforma y contrarreforma, y la crisis política que se prolongó tras la muerte de Felipe II incrementaron la inquietud social, lo que desembocó en un interés general por llevar una vida sencilla y el gusto por aquello que desvaneciera temporalmente las preocupaciones personales. Así proliferó enormemente la sátira, y el teatro de Lope, dirigido al vulgo, obtuvo una gran aceptación. También se popularizaron los cuadros de “vanitas”.

Mientras, para alcanzar la felicidad, algunos barrocos como Quevedo abrazaban el estoicismo, que la caracterizaba de inmaterial y una cualidad de quien sabía racionalizar sus sentimientos. Junto a él, Gracián y Calderón (cuyas obras son un claro ejemplo de la fusión de todas las artes) constituían un nuevo frente de autores arraigados en la concepción de la vida como principio de todo, convirtiéndose en exponentes “puros” del barroco; pues sus predecesores más destacados (Cervantes, Lope y Góngora) mostraban aún ciertas reminiscencias renacentistas.