El sueño supuso para Cicerón el perfecto nexo de unión entre lo real y lo imposible, permitiéndole traer de entre los muertos sabios personajes que conversasen con su Escipión, de manera que éste aprendiera importantes lecciones. Así, su propio abuelo le comunicaba que la vida era “el camino hacia el cielo”.
Escipión representaba la perfecta dualidad entre la virtud y el vicio, para los renacentistas en un equilibrio perfecto; para los barrocos, por el contrario, en eterna pugna. Es por ello que el personaje poseía las características necesarias para ser referido en ambas corrientes artísticas, y la manera en que Cicerón lo presentaba resultó ciertamente atractiva para los autores del Siglo de Oro, cuyas obras, sin importar el estilo utilizado, mostraban personajes que se embarcaban en un viaje de carácter didáctico a través de escenarios oníricos, y gracias al cual se encontraban más cerca de Dios, de la perfección, del amor, de la sabiduría…
Encontramos, pues, una estructura similar en obras como El sueño de Polífilo o La vida es sueño, en las que el catalizador de la ascensión del protagonista es el amor; e incluso en sátiras como el Crotalón, o los Sueños de Quevedo.
También en la novela de Cervantes (Los trabajos de Persiles y Sigismunda) hay cierta influencia; así como en la poesía de Góngora (soneto “A un sueño”).
A un sueño
Varia imaginación que, en mil intentos,
A pesar gastas de tu triste dueño
La dulce munición del blando sueño,
Alimentando vanos pensamientos,
Pues traes los espíritus atentos
Sólo a representarme el grave ceño
Del rostro dulcemente zahareño
(Gloriosa suspensión de mis tormentos),
El sueño (autor de representaciones),
En su teatro, sobre el viento armado,
Sombras suele vestir de bulto bello.
Síguele; mostraráte el rostro amado,
Y engañarán un rato tus pasiones
Dos bienes, que serán dormir y vello.
Luis de Góngora.