Si el equilibrio inestable que produce la pugna entre fuerzas opuestas ocasiona que todo se encuentre en eterno movimiento, las lenguas no escapan a esta ley que niega la existencia de la inalterabilidad, tal como proponía Jakobson en el apéndice a Principios de Fonología (Trubetzkoy): el espíritu del equilibrio y la tendencia simultánea a la ruptura son las propiedades indispensables de este todo que constituye la lengua.
En el aspecto semántico, estos cambios constantes a los que está sometida la lengua requieren un análisis pormenorizado que determine cuál fue el significado original de una palabra, en qué consisten las alteraciones sufridas y cuál fue su catalizador, de manera que pueda comprenderse plenamente el término.
Siguiendo este proceso, no solo descubrimos que black (color negro en inglés) y belo (color blanco en ruso) derivan de la misma raíz indoeuropea: bhel(g)-; sino que en inglés antiguo las formas blac y blake compartían el significado blanco, del mismo modo que bleach, de idéntico origen, se refiere a lejía y blanquear. Una indagación más profunda revelará que phlox y flamma, los equivalentes a llama en griego y latín respectivamente, e incluso blaken (fuego o arder en neerlandés) provienen de la misma raíz indoeuropea. Esto nos lleva a concluir que el significado original de todas estas formas debía ser la idea de brillo o resplandor, desde donde mutaría a llama, quemar; después al estado de las cosas tras haber sido consumidas por el fuego: carbonizado, al color del carbón y por último, simplemente negro.
Así, para entender el concepto de ars de finales de la República es necesario remontarse al origen de la palabra, prestar atención a los primeros usos que recibe en latín e investigar después por qué se produjo el calco semántico, incidiendo en la influencia que la lengua griega ejerció sobre la cultura latina, de manera que podamos explicar cómo el nuevo significado arraigó en el aspecto docente y qué relación tiene con otros términos como ratio y natura, que sufrieron sendos procesos de asimilación designativa. Para ello nos valdremos de tres obras: De Oratore, De Inventione y Rhetorica ad Herennium.
La primera referencia escrita que encontramos de la palabra surge en las comedias de Plauto, donde este sustantivo polisémico formado por la raíz ar- y el sufijo -tei, que en las lenguas indoeuropeas era utilizado para designar un nombre de acción, hace alusión a la forma que tiene una persona de relacionarse con otras, cuyo carácter positivo o negativo era definido por el contexto.
Más tarde fue adquiriendo una concreción superior de manera progresiva, pasando a designar habilidades profesionales y posteriormente oficios, acompañado de un complemento que especificaba el campo, como atestigua Varrón. Puesto que este tipo de actividades requieren un proceso de aprendizaje previo, en una aproximación al ámbito del conocimiento, empieza a utilizarse ars para designar la posesión de los conocimientos apropiados para desarrollar una actividad, en detrimento de su asociación anterior con la habilidad para ello.
A continuación, si queremos explicar correctamente el aumento polisémico que le confirió la lengua griega, debemos recordar cómo era esa civilización contemporánea al proceso de evolución semántica que nos ocupa:
Se trataba de un beligerante conglomerado de monarquías cuya influencia se extendía más allá de la península helénica. Esta expansión cultural se veía favorecida por el uso de la koiné, una variante que unificaba el griego, apropiada para la migración de una ciudadanía cosmopolita cuya educación estaba centrada en el estudio de la gramática y la retórica, al cargo de distintas escuelas que seguían doctrinas filosóficas postaristotélicas.
En estos reinos en que la astronomía, la física y la medicina experimentaron un gran desarrollo, creció el interés de los eruditos por la recopilación y el estudio de los textos griegos clásicos y arcaicos. Ellos, a quienes debemos la conservación de gran parte de este legado histórico, se concentraban en núcleos culturales donde los monarcas desarrollaban actividades de mecenazgo como la construcción de la biblioteca de Pérgamo o el museo de Alejandría.
Este es el marco histórico en el que podemos identificar los dos ejes de transmisión cultural, cada uno en un sentido, que justifican la influencia helena en el latín entre los siglos III y I a.C.
Por un lado, la que ejercía Grecia se debía en gran medida tres razones: la multitud de ciudadanos griegos en contacto con romanos (colonos como los habitantes de Magna Grecia, al sur de Italia, que a pesar de haber terminado dependiendo de Roma tuvieron su apogeo durante el siglo V a.C.), la helenización de constituyentes cimentadores de la civilización romana (como fueron los etruscos y la zona de Campania) y la eminente proliferación de elementos griegos en la plebe romana a partir del siglo IV a.C., que culminó con su propagación a órdenes como la vida religiosa o el arte.
Por otro, en sentido inverso, la expansión romana por territorios helenos como Magna Grecia, Macedonia, Grecia y Pérgamo.
Durante las Guerras Púnicas se estrechó el contacto con Magna Grecia y la amenaza presente mermó la confianza en las tradiciones latinas. La fuerte influencia griega provocó finalmente dos reacciones opuestas en la población romana: una conservadora que se posicionaba como detractora y otra filohelénica que procuraba simplificar, recoger y difundir los rasgos más beneficiosos de esta cultura para asimilarlos de manera selectiva.
Así, los primeros tratados de retórica latinos imitan la estructura de los manuales griegos en su intento por trasladar a este idioma los tecnicismos a partir de notas de clase de retórica. De este modo, ars habría sido utilizado para traducir téchne, que designaba en griego cualquier saber que conseguía aplicación práctica partiendo de una base teórica (desde la instrucción militar que impartían los hoplómachoi, hasta la alfarería e incluso, más adelante, la retórica).
A pesar de la dificultad que presenta la detección de un neologismo de significado por prescindir de la necesidad de un nuevo signo, podemos atribuir el calco semántico presente en ars (tal como ocurre con ratio y natura) a elementos externos. El primero de los motivos que inducen a este razonamiento es que ambas comparten la misma base semántica, lo cual habría facilitado la transferencia de la acepción conocimiento técnico. El otro es el bilingüismo de los alumnos romanos, que a partir del siglo II a.C. recibían orgullosos su educación por parte de gramáticos y rétores griegos que ejercían la actividad docente en su lengua materna.
Puesto que no se explica el nuevo significado de ars en De Oratore, De Inventione ni en Rhetorica ad Herennium, podemos deducir que el calco tuvo lugar en el ámbito oral de la lengua como resultado de un enriquecedor proceso de ósmosis entre el latín hablado y escrito.
A consecuencia de este acercamiento al campo semántico del conocimiento, se termina asociando a la enseñanza en varios casos con relaciones de complementariedad causativa. De este modo, doctores (rétores habitualmente griegos que se ganaban la vida enseñando oratoria sin ser normalmente oradores profesionales) y magistri (aunque el magister ludi era la figura encargada de instruir en la lectura y escritura a los niños, en los tratados estudiados se le cita como sinónimo de doctor) enseñan ars.
Con la República, la retórica y la filosofía griegas se presentaron como la llave que permitiría al ciudadano el acceso a una actividad intelectual superior apropiada para la implicación del mismo en la vida pública, otorgándole la capacidad de emitir discursos elocuentes.
Los conservadores como Catón, que se negaban a aceptar la corriente helenizante, consiguieron expulsar a los filósofos, los retóricos griegos y por último a los embajadores de Atenas; pero incluso él cedió y estudió al final de su vida a Tucídides y Demóstenes.
A partir del siglo II a.C. ya se había normalizado la enseñanza griega (exceptuando la música y el atletismo competitivo, sin un propósito práctico lo bastante claro) y la enseñanza del arte oratorio impartida por el rhetor gozaba de gran prestigio. No fue hasta el siglo I a.C. que dichos estudios se dejaran de realizar en griego.
En De Oratoria encontramos ars como un concepto similar a precepta, el conjunto de reglas establecidas por los maestros griegos que debían ser aplicadas en la práctica. Las iuncturae, de las que se valía Cicerón para ofrecer un primer término más amplio que fuera concretado por el segundo, le sirven en este caso para aproximar estas dos ideas. Pretende referirse a una enseñanza perceptiva propia de los maestros griegos, impartida a través de manuales que contenían los preceptos de la disciplina estudiada. Al estar acompañados de ejemplos, los docentes eran considerados en ocasiones artis scriptori, donde ars hacía referencia al mismo tiempo a la disciplina y a su manual por escrito, como ocurre en Rhetorica ad Herennium.
Se transmitían normas y pautas formales que permitieran al alumno elaborar discursos persuasivos; pero Cicerón quiso convertir la retórica en la base de la formación ciudadana, agregando a la técnica formal que solía enseñarse unos conocimientos útiles para el contenido del discurso y el desarrollo de actividades en los cargos dirigentes: filosofía, historia, derecho…. Así, la oratoria adquirió una finalidad educativa: formar buenos ciudadanos capaces de practicar la elocuencia como expresión cultural suprema y cuya capacidad de convicción no radique en la manipulación emocional del auditorio, sino en la adecuación entre el fondo argumental y la elaboración literaria. Cicerón concibió sus tratados técnicos como modelos para el aprendizaje de los jóvenes, que no habrían de recurrir a los modelos áticos ni esperar a la sabiduría que les confiriese la edad para acceder a sus conocimientos.
Los tratados de ars exponían sus preceptos en forma de teoría extraída de la práctica por medio de ratio: un sistema que organizaba de forma coherente los conocimientos y permitía reproducirlos en la realidad.
En oposición a práctica, ratio es una palabra proveniente de cálculo (y después rendición de cuentas) que podría traducirse como sistema, método, teoría o doctrina. A través de unas iuncturae que la relacionan con via, repetidas en los tres tratados analizados, se otorga al término el significado de camino para la materialización del conocimiento. Por medio de otras, se establecen nexos entre ratio y ars para subrayar el aspecto teórico que atañe a ambas y su carácter universal (por el contrario, la manifestación práctica es ejercida de diversas formas según su artífice).
Al ser un elemento imprescindible para todo ars, los autores incluso llegaron a utilizar ratio como sinónimo. De esta forma, el término aglutinaría tanto el aspecto especulativo como el metódico, designando un conocimiento teórico que precisa un sistema para ser organizado y reproducido en el ejercicio de una actividad.
En De Oratoria encontramos una distinción entre usus nostri, que apela al modo en que actúa cada orador de forma individual (este estilo se denominó consuetudo) y ars, la base común a todos ellos. Aunque la práctica permita perfeccionar esta base, la sabiduría propia de la experiencia no constituye de por sí un ars. Por otro lado, tratadistas romanos como Cicerón se aseguraron de incluirla simplificada y razonada en sus manuales, dejando por tanto de estar sujeta a la edad del estudiante.
En la misma obra encontramos dos voces pertenecientes al ámbito de la naturaleza: ingenium y facultas, contrarias al proceso de aprendizaje de un ars. La primera describe la facilidad innata en su ejercicio, que se mantiene constante; mientras que la segunda permite el progreso mediante la práctica continuada.
Como resultado de un proceso de evolución semántica similar a los expuestos, el concepto natura, que en el pasado había designado nacimiento, se aproximó al significado de physis en griego (naturaleza, universo). Así, se identifica con aquello que afecta a los seres humanos pero no es maleable por ellos.
El anónimo autor de Rhetorica ad Herennium expone repetidamente la propiedad antinatural que posee el ars de modificar las capacidades innatas conferidas por la naturaleza, desarrollándolas a través del estudio gracias a un sistema claro que la imite.
En una manifestación del poder modelador que puede ejercer una lengua sobre otra, ars dejó de representar el modo en que se relacionan las personas cuando los romanos decidieron no solo asimilar elementos de la educación griega, sino trasladar su raíz al latín. En el intento de traducir téchne, escogieron una palabra que tenía su base léxica en común con ella: ars; que ahora aludía a los conocimientos teóricos orientados a realizar una actividad práctica. Estos eran ordenados de forma coherente y expuestos, a imitación de los manuales retóricos griegos, en preceptos que sintetizaban el funcionamiento de la naturaleza con una finalidad práctica (al contrario que sciencia y episteme), lo que convertía la propia especulación en una vía para aplicarla. Si bien cada individuo cuenta con una capacidad innata que le facilita en mayor o menor medida la realización de un ars, a pesar de que este imite la naturaleza, dicha habilidad puede ser mejorada mediante su estudio y práctica continuada.
Antes de que Octavio Augusto utilizara a su favor la añoranza de una imagen gloriosa del pasado de Roma, edificada sobre los cimientos de la guerra y el trabajo del campo, que proferían sus ciudadanos durante la segunda mitad del siglo I a.C. para legitimar su proclamación como núcleo del régimen imperial; la República, a la cual se atribuía la responsabilidad del declive, fue testigo del auge que experimentó la influencia helénica en la cultura romana, irradiada desde el ámbito educativo.
Con el nuevo orden, la retórica abandonó su enfoque político para adoptar uno meramente escolar, relegada al desarrollo de las habilidades persuasivas de los abogados a través de sus declamaciones; pero aún hoy se conservan obras como De Oratore, De Inventione y Rhetorica ad Herennium, que constatan la transferencia del cambio semántico desde el nivel oral hacia el escrito y constituyen un elemento activo en su consolidación. A ellas debemos también la oportunidad de estudiar el eterno cambio en la lengua a través del tiempo y el modo en que afecta a la cultura de sus usuarios.