Evolución del concepto «ars» hasta finales de la República

Ying Yang

Si el equilibrio inestable que produce la pugna entre fuerzas opuestas ocasiona que todo se encuentre en eterno movimiento, las lenguas no escapan a esta ley que niega la existencia de la inalterabilidad, tal como proponía Jakobson en el apéndice a Principios de Fonología (Trubetzkoy): el espíritu del equilibrio y la tendencia simultánea a la ruptura son las propiedades indispensables de este todo que constituye la lengua.

En el aspecto semántico, estos cambios constantes a los que está sometida la lengua requieren un análisis pormenorizado que determine cuál fue el significado original de una palabra, en qué consisten las alteraciones sufridas y cuál fue su catalizador, de manera que pueda comprenderse plenamente el término.

Siguiendo este proceso, no solo descubrimos que black (color negro en inglés) y belo (color blanco en ruso) derivan de la misma raíz indoeuropea: bhel(g)-; sino que en inglés antiguo las formas blac y blake compartían el significado blanco, del mismo modo que bleach, de idéntico origen, se refiere a lejía y blanquear. Una indagación más profunda revelará que phlox y flamma, los equivalentes a llama en griego y latín respectivamente, e incluso blaken (fuego o arder en neerlandés) provienen de la misma raíz indoeuropea. Esto nos lleva a concluir que el significado original de todas estas formas debía ser la idea de brillo o resplandor, desde donde mutaría a llama, quemar; después al estado de las cosas tras haber sido consumidas por el fuego: carbonizado, al color del carbón y por último, simplemente negro.

Así, para entender el concepto de ars de finales de la República es necesario remontarse al origen de la palabra, prestar atención a los primeros usos que recibe en latín e investigar después por qué se produjo el calco semántico, incidiendo en la influencia que la lengua griega ejerció sobre la cultura latina, de manera que podamos explicar cómo el nuevo significado arraigó en el aspecto docente y qué relación tiene con otros términos como ratio y natura, que sufrieron sendos procesos de asimilación designativa. Para ello nos valdremos de tres obras: De Oratore, De Inventione y Rhetorica ad Herennium.

Plauto
Plauto

La primera referencia escrita que encontramos de la palabra surge en las comedias de Plauto, donde este sustantivo polisémico formado por la raíz ar- y el sufijo -tei, que en las lenguas indoeuropeas era utilizado para designar un nombre de acción, hace alusión a la forma que tiene una persona de relacionarse con otras, cuyo carácter positivo o negativo era definido por el contexto.

Más tarde fue adquiriendo una concreción superior de manera progresiva, pasando a designar habilidades profesionales y posteriormente oficios, acompañado de un complemento que especificaba el campo, como atestigua Varrón. Puesto que este tipo de actividades requieren un proceso de aprendizaje previo, en una aproximación al ámbito del conocimiento, empieza a utilizarse ars para designar la posesión de los conocimientos apropiados para desarrollar una actividad, en detrimento de su asociación anterior con la habilidad para ello.

Artesano romano
Artesano romano

A continuación, si queremos explicar correctamente el aumento polisémico que le confirió la lengua griega, debemos recordar cómo era esa civilización contemporánea al proceso de evolución semántica que nos ocupa:

Se trataba de un beligerante conglomerado de monarquías cuya influencia se extendía más allá de la península helénica. Esta expansión cultural se veía favorecida por el uso de la koiné, una variante que unificaba el griego, apropiada para la migración de una ciudadanía cosmopolita cuya educación estaba centrada en el estudio de la gramática y la retórica, al cargo de distintas escuelas que seguían doctrinas filosóficas postaristotélicas.

En estos reinos en que la astronomía, la física y la medicina experimentaron un gran desarrollo, creció el interés de los eruditos por la recopilación y el estudio de los textos griegos clásicos y arcaicos. Ellos, a quienes debemos la conservación de gran parte de este legado histórico, se concentraban en núcleos culturales donde los monarcas desarrollaban actividades de mecenazgo como la construcción de la biblioteca de Pérgamo o el museo de Alejandría.

Biblioteca de Pérgamo
Biblioteca de Pérgamo

Este es el marco histórico en el que podemos identificar los dos ejes de transmisión cultural, cada uno en un sentido, que justifican la influencia helena en el latín entre los siglos III y I a.C.

Por un lado, la que ejercía Grecia se debía en gran medida tres razones: la multitud de ciudadanos griegos en contacto con romanos (colonos como los habitantes de Magna Grecia, al sur de Italia, que a pesar de haber terminado dependiendo de Roma tuvieron su apogeo durante el siglo V a.C.), la helenización de constituyentes cimentadores de la civilización romana (como fueron los etruscos y la zona de Campania) y la eminente proliferación de elementos griegos en la plebe romana  a partir del siglo IV a.C., que culminó con su propagación a órdenes como la vida religiosa o el arte.

Por otro, en sentido inverso, la expansión romana por territorios helenos como Magna Grecia, Macedonia, Grecia y Pérgamo.

Conquista de Magna Grecia
Conquista de Magna Grecia

Durante las Guerras Púnicas se estrechó el contacto con Magna Grecia y la amenaza presente mermó la confianza en las tradiciones latinas. La fuerte influencia griega provocó finalmente dos reacciones opuestas en la población romana: una conservadora que se posicionaba como detractora y otra filohelénica que procuraba simplificar, recoger y difundir los rasgos más beneficiosos de esta cultura para asimilarlos de manera selectiva.

Así, los primeros tratados de retórica latinos imitan la estructura de los manuales griegos en su intento por trasladar a este idioma los tecnicismos a partir de notas de clase de retórica. De este modo, ars habría sido utilizado para traducir téchne, que designaba en griego cualquier saber que conseguía aplicación práctica partiendo de una base teórica (desde la instrucción militar que impartían los hoplómachoi, hasta la alfarería e incluso, más adelante, la retórica).

Hoplitas en cerámica
Hoplitas en cerámica

A pesar de la dificultad que presenta la detección de un neologismo de significado por prescindir de la necesidad de un nuevo signo, podemos atribuir el calco semántico presente en ars (tal como ocurre con ratio y natura) a elementos externos. El primero de los motivos que inducen a este razonamiento es que ambas comparten la misma base semántica, lo cual habría facilitado la transferencia de la acepción conocimiento técnico. El otro es el bilingüismo de los alumnos romanos, que a partir del siglo II a.C. recibían orgullosos su educación por parte de gramáticos y rétores griegos  que ejercían la actividad docente en su lengua materna.

Puesto que no se explica el nuevo significado de ars en De Oratore, De Inventione ni en Rhetorica ad Herennium, podemos deducir que el calco tuvo lugar en el ámbito oral de la lengua como resultado de un enriquecedor proceso de ósmosis entre el latín hablado y escrito.

A consecuencia de este acercamiento al campo semántico del conocimiento, se termina asociando a la enseñanza en varios casos con relaciones de complementariedad causativa. De este modo, doctores (rétores habitualmente griegos que se ganaban la vida enseñando oratoria sin ser normalmente oradores profesionales) y magistri (aunque el magister ludi era la figura encargada de instruir en la lectura y escritura a los niños, en los tratados estudiados se le cita como sinónimo de doctor) enseñan ars.

Academia de Platón en Atenas
Academia de Platón en Atenas

Con la República, la retórica y la filosofía griegas se presentaron como la llave que permitiría al ciudadano el acceso a una actividad intelectual superior apropiada para la implicación del mismo en la vida pública, otorgándole la capacidad de emitir discursos elocuentes.

Los conservadores como Catón, que se negaban a aceptar la corriente helenizante,  consiguieron expulsar a los filósofos, los retóricos griegos y por último a los embajadores de Atenas; pero incluso él cedió y estudió al final de su vida a Tucídides y Demóstenes.

A partir del siglo II a.C. ya se había normalizado la enseñanza griega (exceptuando la música y el atletismo competitivo, sin un propósito práctico lo bastante claro) y la enseñanza del arte oratorio impartida por el rhetor  gozaba de gran prestigio. No fue hasta el siglo I a.C. que dichos estudios se dejaran de realizar en griego.

En De Oratoria  encontramos ars como un concepto similar a precepta, el conjunto de reglas establecidas por los maestros griegos que debían ser aplicadas en la práctica. Las iuncturae, de las que se valía Cicerón para ofrecer un primer término más amplio que fuera concretado por el segundo, le sirven en este caso para aproximar estas dos ideas. Pretende referirse a una enseñanza perceptiva propia de los maestros griegos,  impartida a través de manuales que contenían los preceptos de la disciplina estudiada. Al estar acompañados de ejemplos, los docentes eran considerados en ocasiones artis scriptori, donde ars  hacía referencia al mismo tiempo a la disciplina y a su manual por escrito, como ocurre en Rhetorica ad Herennium.

Cicerón
Cicerón

Se transmitían normas y pautas formales que permitieran al alumno elaborar discursos persuasivos; pero Cicerón quiso convertir la retórica en la base de la formación ciudadana, agregando a la técnica formal que solía enseñarse unos conocimientos útiles para el contenido del discurso y el desarrollo de actividades en los cargos dirigentes: filosofía, historia, derecho…. Así, la oratoria adquirió una finalidad educativa: formar buenos ciudadanos capaces de practicar la elocuencia como expresión cultural suprema y cuya capacidad de convicción no radique en la manipulación emocional del auditorio, sino en la adecuación entre el fondo argumental y la elaboración literaria. Cicerón concibió sus tratados técnicos como modelos para el aprendizaje de los jóvenes, que no habrían de recurrir a los modelos áticos ni esperar a la sabiduría que les confiriese la edad para acceder a sus conocimientos.

Los tratados de ars exponían sus preceptos en forma de teoría extraída de la práctica por medio de ratio: un sistema que organizaba de forma coherente los conocimientos y permitía reproducirlos en la realidad.

En oposición a práctica, ratio es una palabra proveniente de cálculo (y después rendición de cuentas) que podría traducirse como sistema, método, teoría o doctrina. A través de unas iuncturae que la relacionan con via, repetidas en los tres tratados analizados, se otorga al término el significado de camino para la materialización del conocimiento. Por medio de otras, se establecen nexos entre ratio y ars para subrayar el aspecto teórico que atañe a ambas y su carácter universal (por el contrario, la manifestación práctica es ejercida de diversas formas según su artífice).

Al ser un elemento imprescindible para todo ars, los autores incluso llegaron a utilizar ratio como sinónimo. De esta forma, el término aglutinaría tanto el aspecto especulativo como el metódico, designando un conocimiento teórico que precisa un sistema para ser organizado y reproducido en el ejercicio de una actividad.

Cicerón

En De Oratoria  encontramos una distinción entre usus nostri, que apela al modo en que actúa cada orador de forma individual (este estilo se denominó consuetudo) y ars, la base común a todos ellos. Aunque la práctica permita perfeccionar esta base, la sabiduría propia de la experiencia no constituye de por sí un ars. Por otro lado, tratadistas romanos como Cicerón se aseguraron de incluirla simplificada y razonada en sus manuales, dejando por tanto de estar sujeta a la edad del estudiante.

En la misma obra encontramos dos voces pertenecientes al ámbito de la naturaleza: ingenium y facultas, contrarias al proceso de aprendizaje de un ars. La primera describe la facilidad innata en su ejercicio, que se mantiene constante; mientras que la segunda permite el progreso mediante la práctica continuada.

Como resultado de un proceso de evolución semántica similar a los expuestos, el concepto natura, que en el pasado había designado nacimiento, se aproximó al significado de physis en griego (naturaleza, universo). Así, se identifica con aquello que afecta a los seres humanos pero no es maleable por ellos.

Natura

El anónimo autor de Rhetorica ad Herennium expone repetidamente la propiedad antinatural que posee el ars de modificar las capacidades innatas conferidas por la naturaleza, desarrollándolas a través del estudio gracias a un sistema claro que la imite.

En una manifestación del poder modelador que puede ejercer una lengua sobre otra, ars dejó de representar el modo en que se relacionan las personas cuando los romanos decidieron no solo asimilar elementos de la educación griega, sino trasladar su raíz al latín. En el intento de traducir téchne, escogieron una palabra que tenía su base léxica en común con ella: ars; que ahora aludía a los conocimientos teóricos orientados a realizar una actividad práctica. Estos eran ordenados de forma coherente y expuestos, a imitación de los manuales retóricos griegos, en preceptos que sintetizaban el funcionamiento de la naturaleza con una finalidad práctica (al contrario que sciencia y episteme), lo que convertía la propia especulación en una vía para aplicarla. Si bien cada individuo cuenta con una capacidad innata que le facilita en mayor o menor medida la realización de un ars, a pesar de que este imite la naturaleza, dicha habilidad puede ser mejorada mediante su estudio y práctica continuada.

Octavio Augusto
Octavio Augusto

Antes de que Octavio Augusto utilizara a su favor la añoranza de una imagen gloriosa del pasado de Roma, edificada sobre los cimientos de la guerra y el trabajo del campo, que proferían sus ciudadanos durante la segunda mitad del siglo I a.C. para legitimar su proclamación como núcleo del régimen imperial; la República, a la cual se atribuía la responsabilidad del declive, fue testigo del auge que experimentó la influencia helénica en la cultura romana, irradiada desde el ámbito educativo.

Con el nuevo orden, la retórica abandonó su enfoque político para adoptar uno meramente escolar, relegada al desarrollo de las habilidades persuasivas de los abogados a través de sus declamaciones; pero aún hoy se conservan obras como De Oratore, De Inventione y Rhetorica ad Herennium, que constatan la transferencia del cambio semántico desde el nivel oral hacia el escrito y constituyen un elemento activo en su consolidación. A ellas debemos también la oportunidad de estudiar el eterno cambio en la lengua a través del tiempo y el modo en que afecta a la cultura de sus usuarios.

Algunas consideraciones sobre el Louvre y la imagen de Francia ideada por Colbert

La misma ambición que llevó a los príncipes del entorno de Maquiavelo a ostentar el poder les condujo a pensar que de poco valía la gloria de un soberano si no era perpetua. Así, se recurrió al arte para inmortalizar la grandeza de los próceres, como prueba la imagen de excelsitud humanística que trascendió más de cien años la muerte de Florimond Robertet, secretario real que acogió en el renacentista châtteau de Bury obras importadas de artistas como Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci.

 

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Châtteau de Bury

 

El perfeccionamiento de las políticas italianas de representación pública del poder por medio del arte conllevó también a la constitución del humanismo como lenguaje de poder, convirtiendo las expresiones artísticas que emulaban el estilo italiano en un instrumento de glorificación nacional que beneficiaba tanto a Italia como a Francia recíprocamente. Si en un principio algunos artistas como Castiglione se habían trasladado en calidad de creadores y diplomáticos (siguiendo el modelo que él mismo promovió en El cortesano) a otras cortes, entre las cuales se cuentan la de los Sforza, Gonzaga y Montefeltro; ahora otros como Leonardo Da Vinci, Sebastiano Serlio o Benvenuto Cellini despertaban interés y eran convocados en Francia, de modo que pudieran realizar encargos para protectores como Francisco I. Motivados por la oportunidad de grandes subvenciones que les permitieran ejecutar monumentos u obras públicas, estos artistas acudían sin dudarlo.

 

Richelieu y Mazarino, que se sirvieron del arte como instrumento de poder, colmaron a Jean-Baptiste Colbert de la experiencia necesaria para acarrear con la tarea de construir la imagen de Luis XIV, ya iniciada bajo la supervisión de otra persona desde el nacimiento del monarca.

 

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Jean-Baptiste Colbert

 

En el ejercicio de su labor, encargó al poeta Jean Chapelain un riguroso estudio que detallase las ventajas y el modo de aprovechar el arte como fuente de perpetuación de la magnificencia real. Dada su profesión, el consejero de Colbert orientó su estudio principalmente a la literatura en el ámbito histórico y poético; pero no olvidó mencionar la efectividad de los retratos ecuestres, los tapices, los arcos triunfales… Sugiriendo emular los encargos de los emperadores de la antigua Roma. Precisó también los nombres de artistas que podrían realizarlos satisfactoriamente. Por otro lado, el pintor real Charles Le Brun, que gozaba de la confianza de Colbert, le ofrecía siempre su consejo en materia plástica. Esto ocasionó que su criterio marcase la tendencia artística seguida durante el periodo.

 

Una de las estrategias adoptadas fue la difusión con carácter propagandístico de imágenes que plasmaran el enfoque multidisciplinario que se concedió al enaltecimiento de la figura del rey a través del arte.

 

Con esta intención, Mazarino, que había ordenado la construcción de una estatua ecuestre colosal de Luis XIV, pidió a René-Antoine Houasse un retrato de su transporte para que pudiera ser comparada la escala de la obra con la altura de los trabajadores que la trasladaban. Posteriormente, el desarrollo de esta táctica desembocó en la producción de numerosas estampas con el mismo fin, y de reflexiones sobre la dualidad física-institucional del monarca en los retratos de las academias, que a pesar de haber sido fundadas recientemente, gozaban del favor real en menoscabo de los gremios hasta el punto de terminar siendo financiadas por la Corona.

 

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Se publicaron obras como Le cabinet des Beaux-Arts, que contenía glosas iconográficas de las pinturas que formaban parte del gabinete real del Louvre, para dar a conocer la existencia de las mismas y establecer su significado, evitando que se repitiera la dificultad que acabó por producirse al intentar interpretar la galería de Fontainebleu de Francisco I con el transcurso del tiempo.

 

Del mismo modo, Félibien fue designado historiador de los edificios del rey, con la tarea de redactar descripciones sobre las pinturas, tapices, edificios y fiestas del monarca. En su realización, desarrolló un nuevo sistema de comentario artístico enfocado al análisis formal de las obras que favoreció la consolidación del estilo como  enseña nacional.

 

Edificada en el siglo XII por orden del rey Felipe Augusto, la fortaleza medieval del Louvre terminó alojando al monarca y su corte, sufriendo diversas modificaciones principalmente perpetradas por Francisco I en el siglo XVI. En 1661 el incendio del palacio propició la ocasión de reformarlo nuevamente y dotarle de una apariencia acorde con la época y la grandeza del rey.

 

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Después de descartar las propuestas de arquitectos franceses como Louis Le Vau, la oferta para dirigir el proyecto llegó a Italia. Fue entonces cuando Bernini envió sus diseños que, lejos de contentar a Colbert (quien los consideraba poco cómodos y demasiado barrocos para la idea que él tenía), en un ejercicio más de política artística, procuraron una invitación al reputado arquitecto italiano para acudir a París con el objetivo de discutir sus detalles. Esta es la situación que circunscribe el texto que nos atañe.

 

El italiano, que hubo llamado la atención de Mazarino en el pasado, llegó a Francia convertido en un espectáculo más de exhibición de poder con intención propagandística, recibiendo los mayores honores. Su estancia en París se prolongó durante dos años, tras los cuales no fue capaz de acordar un diseño convincente para Colbert: había modificado su propuesta inicial, que constaba de una planta libre y estaba colmada de curvas y contracurvas, en favor de una nueva adaptación que aseguraba buenos espacios representativos, como muestra este fragmento del texto que relata su visita. Este espacio destinado a la representación pública en que se hace hincapié en el texto es una fuente más de dominio mediante el arte, muy popular en Italia y buscada luego en España por ser apropiada para espectáculos de diversos tipos entre los que se incluían los musicales.

 

No obstante, esta distribución tampoco fue aceptada por descuidar la disposición de las estancias privadas del rey y se encomendó la reforma del palacio a una asociación formada por el arquitecto Le Vau, el pintor real y consejero de Colbert, Le Brun, y Claude Perrault en calidad de ingeniero. Ellos diseñaron una fachada oriental muy influida por los modelos italianos, con vistosos detalles clásicos. Su interior se decoró combinando estucos y pinturas para crear efectos ilusorios en la Galería de Apolo.

 

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Galería de Apolo

 

Colbert también convirtió el Louvre en el centro expositivo de las colecciones artísticas de la Corona y las engrosó importando nuevas obras provenientes principalmente de Italia. Cuando Luis XIV trasladó su residencia real al exterior de París, el Louvre y todo su contenido artístico se convirtieron en un símbolo de su supremacía, dominando la ciudad desde su privilegiada ubicación céntrica. Esta fue la culminación de la labor del consejero: la definición de un estilo que representara por sí mimo el poder de la nación, algo imposible para Carlos I, que regía sus dominios de una manera descentralizada, trasladando las sedes de la Corte constantemente. Mientras que él reformaba edificios ya existentes y levantaba otros nuevos para alojarse en diversas localizaciones teniendo por emblema de su poder la fuerza militar, su heredero Felipe II establecería una capitalidad fija que le permitiría adoptar tácticas similares a las que elevaron la figura de Luis XIV.

 

Los franceses, pioneros en la creación del ministerio de cultura en 1959, habían comenzado a desarrollar estrategias de consolidación del poder mediante el patronazgo artístico a la manera italiana en el siglo XVI que culminaron con el traslado de las responsabilidades privadas de estas tareas a las instituciones públicas, confiando estos menesteres a la Academia, órgano que definía el estilo del arte nacional y el modo correcto de interpretarlo.

 

Esta tendencia continuó en el siglo XIX con la metamorfosis del palacio, junto con las colecciones que albergaba, en museo. Posteriormente la adición de la pirámide de vidrio de Ming Pei contribuyó a esta persecución de la perpetuidad de la gloria del gobernante-estado a través del arte.

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La «imitación» aristotélica en los posteriores teóricos literarios

Siendo la de Aristóteles una definición estructuralista de la literatura (arte que imita solo con el lenguaje, en prosa o verso), encontramos concordancias con ella en autores como R. Wellek y A. Warren; quienes consideran que la literatura se caracteriza por relatar ficciones mediante un lenguaje exclusivo cuyos recursos se explotan en él mucho más deliberada y sistemáticamente (definición inadecuada según Todorov). En Aguiar e Silva se repite la misma reflexión, siendo literarias las obras cuyo mensaje crea imaginariamente su propia realidad, en que la palabra da vida a un universo de ficción.

Por su parte, Alonso López Pinciano abunda en la teoría de la imitación, distinguiendo grados de diferente valor: natural (el autor que remeda naturaleza, es como retratador) y artística (el que remeda al que remedó a la naturaleza, es simple pintor).

Ignacio de Luzán comparte la opinión de que la imitación es común a todas las artes; mientras que el uso del lenguaje para la misma es la característica distintiva de la literatura. Por ello la define como imitación de la naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha con versos, para utilidad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamenteOpina que puede ser universal (fantástica) cuando se ejecuta conforme a la idea y opinión de los hombres; o particular (icástica) cuando se imitan como ellas son en sí.

Retoma la dualidad de la imitación expresada por Monsignani (invención-enargía) para explicar que la ficción debe aproximarse a la realidad y la naturaleza o arte deben ser fielmente reproducidos en el proceso de imitación, de modo que si la invención cría de nuevo una acción tan verosímil que parezca verdadera y no fingida, la enargía infunde en las cosas tal movimiento y espíritu, que parezcan no solo verdaderas, sino vivas.

Por ello, la imitación depende de la verosimilitud, la cual es establecida por la sociedad. Para Luzán existen dos tipos: la popular, que no es siempre compartida por los doctos y el vulgo; y la noble, que sí es común a todos.

Lukács también reconoce la importancia de la verosimilitud, que se alcanza ocupándose de manera realista de la esencia del desarrollo social. Platón, por el contrario, advierte del peligro que supone el poder subversivo de la literatura, además de negar que se puedan aprender verdades de ella.

Si la imitación se lleva a cabo con éxito, el lector alcanzará el estado catártico gracias a su identificación con el mundo de la obra. Esta conexión sería estudiada por psicólogos como Sigmund Freud, que desarrollaría su Teoría del placer estético; y H.R. Jauss en Experiencia estética y hermenéutica de la literaria.

Influencias y repercusión literaria del «Coloquio de los perros», de Cervantes.

En la noche, un marco que invita a la reflexión y protege de posibles interrupciones, tiene lugar esta conversación en la que ambos interlocutores se expresan con la libertad propia de una charla entre camaradas (Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital …  y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos). En la obra de Luciano, el gallo de Micilo apremia al zapatero para evitar que amanezca antes de que hayan podido disfrutar de su conversación en este medio tan apropiado para ella (Que si no fuera por sernos ya el día tan cercano para te lo contar muy por estenso, lo cual no me da lugar).

Luciano de Samosata.

El caso de Berganza y Cipión difiere en cuanto a que ellos no se detienen en analizar por qué han adquirido súbitamente la capacidad de hablar, que el gallo atribuye en su historia al sistema de reencarnación expuesto por Pitágoras. Sin embargo remarcan que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón; conclusión a la que nunca habrían llegado de no haber sido usuarios de esa razón que distingue al hombre de los animales (la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional).

Después de establecer esta similitud entre el ser humano y los interlocutores caninos, que siempre gozaron de raciocinio, estos citan las virtudes propias de sus congéneres (mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento) que les han convertido en símbolo de la amistad; una consideración que justifican con los ilustres actos de empatía llevados a cabo por algunos (ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida) que han repercutido en la cultura del hombre: en las sepulturas… ponen entre los dos… una figura de perro, en señal que se guardaron en la vida amistad y fidelidad inviolable. Por todo ello, hay quienes han querido atribuirles la capacidad cognitiva que, como se muestra en su diálogo, tenían.

Esta cercanía entre perros y hombres explica por qué los primeros no se entretienen en conversar sobre asuntos caninos y prefieren los humanos, relativos a sus amigos de quienes es propia la facultad de hablar, recién adquirida y que tanto aprecian (me causa nueva admiración y nueva maravilla).

Cipión y Berganza.

Se justifica de este modo el valor de los perros como instrumento para propiciar la distancia suficiente entre el lector y el texto que le permitirá, según los criterios que el propio Cervantes facilita a través de los personajes, juzgar la obra en sus aspectos ficticio y técnico: junto al deleite que produce la lectura amena de un relato fantástico, el lector asiste a una crítica social y humana de la época.

El uso de este tipo de personajes con el mismo objetivo tiene numerosos antecedentes en la historia de la literatura: en Las Metamorfosis de Apuleyo el aristócrata Lucio, obsesionado con la magia, se transforma accidentalmente en burro. Esto le permite comprender la deplorable situación de las clases más bajas de su sociedad, tratadas por los terratenientes como la bestia de carga que es él hasta que Isis le restituye. También el poeta romano Ovidio escribió unas Metamorfosis en las que narró las formas que adoptaban los personajes de la mitología clásica para conseguir sus fines.

Lucio en «El asno de oro» o «Las metamorfosis» de Apuleyo.

Luciano de Samosata, contemporáneo de Apuleyo y autor de El Gallo (texto al que se recurre en El Crotalón y Diálogo de las transformaciones) utilizó en obras de diversa índole (filosóficas, fantásticas, alegóricas, naturalistas…) personajes imaginarios, históricos y mitológicos que tenían cabida gracias al ámbito de los sueños. La influencia de la sátira lucianesca y menipea alcanza textos de Cervantes (como el que nos ocupa), de Quevedo (Sueños) e incluso la segunda parte del Lazarillo, en la cual el barco de Lázaro con destino a Argel naufraga y éste se convierte en atún, descendiendo a las profundidades, donde se desarrollará una crítica a la vida cortesana y militar.

Cipión y Berganza, el personaje plano y el redondo.

«El coloquio de los perros», de Miguel de Cervantes.

Cipión es un nuevo desdoblamiento del personaje que utiliza Cervantes como narrador para dinamizar la historia, orientando cuando es necesario; pero no relata su vida como sugiere hacer a su amigo más adelante. Al no desarrollarse en ningún aspecto, manteniéndose constante a lo largo de la historia, nos encontramos ante un personaje plano.

 

Por el contrario, Berganza narra toda su vida, contando sus peripecias con numerosos amos: unos marginales, otros integrados en la sociedad; de los que aprende la maldad de la que es capaz el hombre, su hipocresía y mezquindad (un ejemplo claro es Cañizares, quien se muestra como devota públicamente pero practica la brujería en el ámbito privado). Los seis primeros le sirven especialmente para desarrollar su opinión sobre el ser humano, que constata con los siguientes. Finalmente, la dura crítica social que relata Cervantes a través de Berganza parece indicar que la mejor opción es el retiro: el distanciamiento y cese de cualquier intento de integración en una sociedad dominada por tal corrupción que un perro es más virtuoso que la mayoría de sus integrantes humanos (solo Mahudes, de todos sus amos, escapa a este criterio).

 

Este progreso convierte a Berganza en un personaje redondo, que además comparte similitudes con los protagonistas de la novela picaresca. Difiere de los precedentes en este género el modo en que se relata su historia: no se trata de una narración en primera persona en la que solo tenga cabida la opinión del protagonista; sino de un diálogo en el cual su interlocutor interviene ocasionalmente. Tampoco hallamos presente el conflicto entre el honor y el deshonor del protagonista, ni está vinculado a un estrato social determinado.

Espacios y simbolismo de su alternancia en «La vida es sueño»

Segismundo se en enfrenta en La vida es sueño a la prueba que determina su transformación en un ser justo y maduro, y que según Platón otorga “la primera y mejor de las victorias”: vencerse a sí mismo.

Para relatar esto, Calderón se vale de numerosos escenarios fuertemente simbólicos que complementan la sensación de ascensión en cuanto al camino hacia la madurez del  impulsivo, arrogante y salvaje joven que ha crecido preso y desprovisto de influencia maternal (el mismo lugar en que es recluido es lóbrego, frío, y a la vez abovedado, recordando tal vez el vientre de una madre).

La tensión interna dada por los constantes cambios de tiempo y espacio de la primera jornada desemboca en la revelación de los secretos que encierran los personajes (cada uno evocado por un símbolo, desde el retrato de Rosaura hasta la espada que empuña).

En la segunda jornada Basilio no cree que su hijo merezca redención, habiendo éste actuado obedeciendo a su carácter inmaduro, y ordena que sea recluido nuevamente. Sin embargo, al despertar Segismundo, lo hace bajo la imagen de un águila;  pero distinta esta vez a la que precedió su “sueño”. Ya no es la soberbia, sino la libertad mental que le ha sido concedida tras lo aprendido en su visita a palacio. En ese momento, la cueva se convierte realmente en el útero que espera ver a Segismundo nacer; y cuando en la tercera jornada ocurre, éste se muestra magnánimo y merecedor del trono.

La importancia de El Cortesano y Los Diálogos de amor para el Siglo de Oro

A través del diálogo entre Filón (Amor) y Sofía (Sabiduría), León Hebreo expone en los Dialogos de amor que, tal como afirma la Academia de Ficino, todo participa de éste, y su verdadera finalidad no es otra que el continuo acercamiento a Dios (“volver al principio por la gradual perfección”). Para ello, el hombre se vale de ciertas virtudes, de las cuales la fortaleza, cualidad a su vez de los estoicos, será esencial en los personajes más importantes del Siglo de Oro (Segismundo ha de vencerse a sí mismo en La vida es sueño).

Hablan de cómo “el amante vive en cuerpo de otro” (alusión a Eurípides cuya influencia llegaría a extenderse desde Quevedo hasta la generación del 27), de la composición del universo y la caracterización del hombre como un microcosmos (tema de gran interés para los autores de la época, encontrando varios ejemplos en Calderón), la naturaleza de los eclipses (de uso común sobre todo en el teatro barroco), las virtudes y defectos de los hombres, y cómo Dios está en cada uno de los temas tratados. Abordan la mitología como una alegoría didáctica, y para finalizar repasan la idea de Platón sobre cómo se produce el enamoramiento.

En El cortesano asistimos a las conversaciones que tienen lugar a lo largo de cuatro noches consecutivas en la corte de Arentino. En ellas intervienen varios personajes que discuten sobre qué debe aprender, cómo debe comportarse y relacionarse un cortesano y cómo lo ha de hacer una perfecta dama de palacio , asistiendo al final a una disertación sobre el amor platónico por parte de Pietro Bembo.

Pietro Bembo

Aunque es relevante la defensa de la pintura, arte emblema del Barroco, y más concretamente la anécdota de Alejandro, Apeles y la muchacha (sería repetida por otros autores, situando algunos al pintor como el protagonista de la historia), lo más destacable es el concepto que se tiene de la mujer y del amor en sí, al que se dota de un humanismo contrario al de los Dialogos de amor, en que se tenderá a la idealización. Así, estos dos libros constituyen la referencia de las dos corrientes de tratadística amorosa en el Siglo de Oro, cada una con su estilo y temática propia.

El español, lengua universal

El proceso comenzó con la unificación territorial que consiguieron los Reyes católicos a finales del siglo XV: a medida que las fronteras se ensanchaban para albergar nuevos territorios, también lo hacía la norma que regía el castellano “original”, enriqueciéndolo culturalmente y otorgándole un carácter nacional. De este periodo datan las primeras referencias a la “lengua española”, término que obtendría un valor real en el siglo XVI con la unificación de la lengua escrita.

Carlos V

Reinando Carlos V, conocer el idioma es signo de distinción en Francia, Italia y Flandes; y la traducción de gramáticas, diccionarios y ciertos libros (como la Celestina) facilita su propagación internacional durante los siglos XVI y XVII.

Dominios de Felipe II (hijo de Carlos V) en 1580

Por otra parte, la lengua española encontró en las conquistas de Cortés, Pizarro y Quesada (entre otros); y la vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano, nuevas vías de difusión por el vasto territorio americano que permitirían finalmente su culminación como “lengua universal”.

El barroco como arte de contrarios. Justificación por la ideología y la estética.

Si bien no es concebible para el ser humano pensar y no sentir, el siglo XVII trajo consigo una revolución intelectual que asentaría las bases de la ciencia moderna, de la mano de Descartes, Galileo, Bacon y Newton. Sus ideas descentralizaban al hombre, y lo presentaban como mero elemento más de un cosmos que, regido por leyes matemáticas, se movía y cambiaba constantemente. El hombre, como consecuencia, se sentía inseguro, característica que se traducía en una introspección social, religiosa y artística.

Dentro de una sociedad en la que no podía confiar, el “cortesano” renacentista no tenía cabida, dando paso al “discreto”, un personaje que se debatía entre la espiritualidad y lo carnal en el ámbito privado y público durante una vida fugaz, a lo largo de la cual pretendía conservar el honor en su afán de triunfar (gracias a su discreción). El oído pasaba a ser el sentido en el que confiar, y la pintura el arte emblemática del momento (gran simbolismo en la luz y oscuridad).

Las pugnas entre reforma y contrarreforma, y la crisis política que se prolongó tras la muerte de Felipe II incrementaron la inquietud social, lo que desembocó en un interés general por llevar una vida sencilla y el gusto por aquello que desvaneciera temporalmente las preocupaciones personales. Así proliferó enormemente la sátira, y el teatro de Lope, dirigido al vulgo, obtuvo una gran aceptación. También se popularizaron los cuadros de “vanitas”.

Mientras, para alcanzar la felicidad, algunos barrocos como Quevedo abrazaban el estoicismo, que la caracterizaba de inmaterial y una cualidad de quien sabía racionalizar sus sentimientos. Junto a él, Gracián y Calderón (cuyas obras son un claro ejemplo de la fusión de todas las artes) constituían un nuevo frente de autores arraigados en la concepción de la vida como principio de todo, convirtiéndose en exponentes “puros” del barroco; pues sus predecesores más destacados (Cervantes, Lope y Góngora) mostraban aún ciertas reminiscencias renacentistas.

Un vistazo a los personajes de «Cárcel de amor»

El narrador es protagonista y equilibra la historia, sirviendo como testigo de ella, que analiza lo acontecido y comprende la aflicción de Leriano, sin dejar de coincidir con la actitud de Laureola. Entabla rápidamente amistad con el hombre y le ayuda en cuanto puede.

Deseo, como personificación de un aspecto de la personalidad de Leriano, sirve para introducir tanto al personaje como al trinomio formado por la imagen de la mujer, el ansia de unión que profesa hacia ella y la imposibilidad de consumarla. Precisamente esta última es la variable que define la intensidad del deseo, elemento presente hasta el final de la obra.

La huída de Leriano lejos de su tormento amoroso le convierte en un personaje que despierta compasión, trágicamente desequilibrado debido a su obsesión por Laureola. A través la correspondencia que intercambian depués de mediar el narrador, el amor de Leriano, que al principio refleja cierto erotismo, cambia. Desconsolado al ser rechazado por Laureana después de haberla rescatado, respeta su elección y decide darse muerte.

El amor cortés rige la perspectiva de Laureana, perteneciente a un estamento alto de la sociedad que le obliga a cuidar las formas y no dar muestras de pasión por ser considerado una afrenta a la virtud. Así, su convicción espiritual y responsable con respecto a su linaje, se opone a la de Leriano, centrada en el ámbito terrenal que le atañe, y justifica  que le rechace para esclarecer las restantes dudas sobre su honor.

Cuando Leriano es liberado de su confinamiento figurado, acude a la corte en busca de su amada; momento en que Persio, que también pretende a la doncella, urdirá un ardid difamatorio en contra de Laureana. Tras ser derrotado por Leriano, consigue mantener la credibilidad del rey sobornando a falsos testigos.

Como Persio, el rey incrementa la tragedia del relato, suponiendo un obstáculo más para la unión de Leriano y Laureana, cuyo amor estaba ya sentenciado por su diferencia estamental. No da crédito a su hija cuando se defiende de las injurias de Persio, optando en su lugar por la vía bélica contra Leriano y, cuando finalmente se descubre la farsa de los testigos, pide al mismo que se marche.

Después de que reciba la última carta que Laurana enviará con el auctor, Tefeo (en oposición a Deseo) intenta consolar a Leriano recurriendo a la misoginia, a lo que su amigo responde en defensa de las mujeres.